miércoles, 11 de febrero de 2009

sin titulo

Olas rojas de las manos que surcan como espinas cada mentira que se nos adherió al cuerpo.

Niños que juegan a la pelota, a no perder, a ser niños, a buscarse entre ellos mismos, con la hermosa certeza de los parasiempres.

Viento que vibra los árboles con todas y cada una de sus hojas. Y el tronco en su vejez e imperceptible flexibilidad sostiene cada uno de esos sueños cada primavera.

Yo ya no tengo miedo ni tristeza y, muy pocas veces, ganas de llorar.

Lo que no puedo es dejar de recordar.